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Todo puede ser otra cosa

2023

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Crudo Galería, Rosario

​Artista: Martina Zorzón

Días de montaje

 

El espacio es la superficie con la que soportamos el tiempo. Vivimos en casas que vamos llenando poco a poco. Difícilmente comenzamos desde cero, un cenicero que quedó de inquilinos anteriores, una lapicera traída por equivocación, el buzo que te prestaron un día de frío y todavía no devolviste, la silla que encontraste bastante sana al lado del container.  Si bien es claro que los objetos están regidos por el azar, la distracción y el olvido, intentamos mantener cierto orden, o al menos saber cómo encontrarlos.

Los objetos tienen una doble función: cada uno por separado sirve por razones prácticas o decorativas y en su conjunto visten nuestra historia, nos acompañan como una nube en un lento y constante movimiento.

Martu pinta las cosas que tiene a su alcance, sobre todo aquellas que pasarían inadvertidas de no ser por la historia que guardan y de la que no hay imagen posible de duplicar: el sillón podría pasar por cualquier otro, pero es el del consultorio de su analista, las tazas de la casa de una amiga, una pieza del rompecabezas que armó unas vacaciones, una cajita de papel que le regaló alguien querido y así decenas de elementos de su vida cotidiana son llevados a pinturas, dibujos y cerámicas a veces aislados, a veces en su contexto. Como en las pinturas que hacía Lacámera de su taller, sus modelos eran siempre los mismos: un jarrón central en una se puede ver en otra a lo lejos en un estante y así somos testigos de cada parte de esa intimidad en distintos ángulos, órdenes y distancias.

La repetición se vuelve una búsqueda de ir más allá de lo que la imagen nos puede dar, la necesidad de ir detrás del reflejo de las cosas. En sus múltiples versiones, existiendo todas al mismo tiempo es posible conocerlas un poco más, verlas en situaciones diversas y distintas materialidades. No como un archivo o un inventario, sino más bien como el ritmo del interior de un hogar, un constante parpadeo en el que vemos y dejamos de ver lo que nos rodea.

 

Días de desmontaje

 

En nuestro cotidiano las cosas cambian de lugar, aparecen y desaparecen. Ejercen cierto poder, no están siempre a disposición, se rompen, se esconden, se pierden. En las muestras de arte las obras están, en la mayoría de los casos, para ser vistas, hay una distancia, una imposibilidad. Estas reglas disminuyen el poder escapista de los objetos (en estos casos llamados obras) pero aumentan otros, nos incitan a detenernos y posar la mirada. Mirar es otra forma de darle vida a lo que tenemos enfrente.

Esto es así una vez que las obras se montan en sala, pero las distancias se acortan si entendemos que las pinturas también son parte del cotidiano para la artista. Sentarse a comer viendo un lienzo a mitad terminar, despertar y levantar los dibujos desparramados por la mesa junto con las tazas de café, dibujarlas, modelar en arcilla no ya las tazas, sino su representación con sus gradientes de color y detalles pictóricos, pasar las pruebas de color a pequeños papelitos. Recibir visitas, registrar las migas del budín que compartieron. Y así un inagotable juego de trasladar y capturar donde lo que la rodea, lee, escucha, escribe, dibuja y hace se va sumando al complejo entramado de elementos que la acompañan.

Cuando visito el taller de Martu siempre hay algo nuevo y algo detenido. Trabaja varias ideas a la vez, cada pieza a su ritmo. Un dibujo siempre estuvo a la mitad: es el de la habitación de su infancia, una silla central, en la esquina de la sala. Algo parece allí irregistrable, como si siempre quedara un resto, algo que no podemos acaparar, que queda para la próxima para reactualizar y reordenar nuestro inventario de entendimientos.

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